“Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza increada que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios que lo apartaron de El; en modo tal que , al que por amar la belleza de la criatura se hubiese privado de la forma del Creador , le sirva la misma belleza terrenal para elevarse otra vez a la hermosura divina” San Isidoro de Sevilla.
San Agustín en las confesiones nos habla del hombre perdido y recobrado en el laberinto de las cosas que lo rodean.
Sócrates y Platón hablan del modo de ascender a la Belleza Primera por los diversos peldaños de la hermosura participada y mortal.
San Isidoro presenta los dos movimientos, un perderse y un encontrarse, un descenso y un ascenso, por obra de una misma esencia y de un amor igual.
San Dionisio Aeropagita aclara: “el Infinito (la Causa primordial) es nombrado Belleza (con mayúscula), porque todos los seres, cada uno a su modo, toman del Infinito su hermosura”.
Marechal nos lleva magistralmente a entender que la hermosura de las cosas es relativa, creada y perecedera, comparada a la Belleza absoluta, creadora y eterna. Y uniendo la sabiduría de éstos y otros filósofos y teólogos, nos explica lo que nos sucede en la vida frente a la belleza, porqué nos atrae. Y cual es el Fin último.
Esa dicha de ver a la Hermosura Primera en el centro del alma no es fácil de alcanzar, ni tampoco difícil. Para llegar al centro y convertirse al Amado Infinito, el alma deberá sentir necesariamente la “fuerza de atracción” del Amado; y que si el alma es atraída, es porque se hizo atrayentea los ojos del Hermoso Primero.
Todo amor equivale a una muerte; y no hay arte de amar que no sea un arte de morir. Lo que importa es lo que se pierde o se gana muriendo.